La idea de abrir una pastelería surgió de mirar todo lo que hacia mi abuela en casa, recuerdo cómo siempre nos sorprendía con sus delicias al llegar a casa como un exquisito brazo de reina, un pie de limón o una maravillosa torta y siempre con las manos llenas de harina y que jamás se cansaban de amasar. Mis ojos siempre atentos, pero no precisamente para aprender sino más bien para saborear el raspado de todo lo que hacia o de lo que quedaba en la espumadera o en el borde del bowl.

Lamentablemente, con los años todo eso se perdió, pero la pasión por la pastelería continuó. Y poco a poco comenzamos a explorar esa veta culinaria, inicialmente para retribuir a la familia con algunos postres como galletas decoradas para navidad o con una tortita para la once. Con el tiempo decidimos probar suerte en algunas ferias obteniendo muy buenas experiencias y comentarios muy positivos que nos indicaron que debíamos fijar nuestro horizonte en las cosas dulces.

La incursión en la panadería llegó de la mano con la pandemia, cuando por causas obvias ya no era fácil salir a comprar pan y necesitábamos suplir nuestro consumo. Como nos resultó, le ofrecimos a nuestros vecinos los panes en molde, las marraquetas, los brownies y todos los productos que ya estábamos haciendo y como tuvo tan buena acogida se lo ofrecimos a otras personas más.

La idea de cambiar nuestra vida radicalmente para abrir esta pastelería tomó mucho tiempo y como familia, fue un proceso difícil. Pero después de mucho meditar y considerar, llegamos a la conclusión de que esta era la decisión correcta para nosotros. Finalmente, decidimos que el nombre adecuado para nuestra pastelería era “La Familia”, ya que representa el compromiso y apoyo mutuo que tenemos como familia en esta nueva aventura.